miércoles, 14 de mayo de 2008

Un aporte a la memoria de Juan Carlos

Me cuentan que Juan Carlos ha muerto. Y así reaparece de pronto en mis pensamientos una persona, la cual ya no contaba en mi agenda cotidiana desde hace muchos años.

Nunca fuimos amigos, es verdad; es más, confrontamos la mayor parte de las veces, pero nos unieron historias y tiempos, tanto en Valparaíso y luego en Montevideo, que hacen que sea un personaje en la agenda personal, y uno que además no pasaba inadvertido. Contarles algunas facetas de la historia de Juan Carlos, que a lo mejor ustedes ignoran, es el propósito de estas líneas, a modo de aporte al rescate de su memoria para quienes le apreciaron y quisieron entrañablemente.

Juan Carlos venía fogueado en la lucha antidictatorial desde la enseñanza media, así entonces, a pesar de ser más joven que algunos de nosotros, era ya un viejo guerrero a inicios de los ochenta. Recuerdo cuando íbamos las primeras veces a la Católica y Juan Carlos y el ya entonces Guatón Nelson nos intentaban promover unos curiosos cursos "para enfrentarse a los pacos", cursos que por supuesto nunca pescamos. Y nosotros, que andábamos con el acento puesto en ganarse los centros de alumnos, y ganar desde allí legitimidad gremial y también política; éramos mirados con sospecha ya entonces por los UNED de la Cato; que francamente pensaban que éramos un poco amarillentos, pero eso ya que importa, a estas alturas es sólo anécdota. No tengo dudas que esa era también la opinión de Juan Carlos, siempre más amigo del camino directo que nosotros.

Recuerdo también cuando cae preso, y nuestras abogadas amigas nos advierten que en el informe de la CNI respecto a Juan Carlos, aparecía mencionado entre otras cosas, que se reunía con cierta frecuencia con un tal Yeti y un tal "Patricio Lucas"; lo que nos obligó a ciertas medidas precautorias y nos enseñó la ventaja de contar con apodos en aquellos tiempos. A Juan Carlos lo sorprendió en la cárcel el terremoto del 85, y en alguna visita nos relató como todos los presos pateaban las rejas para intentar salir de esos pesados muros de la vieja cárcel; mientras los gendarmes corrían a buscar su propia salvada. En aquel mismo tiempo, mientras Juan Carlos estaba como prisionero político, su hermano Oscar sufría una larga relegación en la precordillera del desierto, que luego desembocó en el pueblo de Baquedano; allí donde llegué a verlo en junio del 85, con un poco de mercadería y otros pocos pesos que la solidaridad porteña le enviaba. Luego, de allí me fui a Sierra Gorda a ver a otro compañero, para finalizar en el oasis de Quillagua, donde estaba el doctor Lizama acompañado de Marina, nuestra cantante oficial y futura madre de sus hijos. Tenía en ese invierno todo el tiempo del mundo, pues ya había vuelto de mi propia relegación y ya habíamos sido expulsados de la Santa María.

Un par de meses después, septiembre de 1985, estaba saliendo hacia Argentina, como parte de un grupo que iba a Buenos Aires a terminar sus carreras. Allí hay muchas historias sabrosas, pero no viene a cuento en esta reseña. Lo que sí importa señalar es que a fines del primer semestre de 1986 estábamos ¬algunos de los bonaerenses- instalados en Montevideo. Un par de meses después se aparece Hardy Knittel por allá para contarnos que Juan Carlos estaba ya fuera y era necesario sacarlo de Valparaíso, pues temían razonablemente por su seguridad. Así entonces, y con nuestra venia se aparece Juan Carlos por Montevideo, la foto que les acompaño es de esos primeros días, en la Plaza de la Libertad, ahí está Juan Carlos con el Leoncio, el Horenstein, el San Martin y yo.

Juan Carlos no tenía problemas para lograr sus conquistas, en Montevideo tampoco las tuvo, recuerdo bien en aquellos primeros tiempos que andábamos todos tratando ¬en hueveo y en serio- que las uruguayas "se bajaran la bombachita"; recuerdo con mucho cariño a una querida compañera comunista uruguaya, que lo encontró lo suficientemente atractivo como para "servírselo" ¬según ella- sin andar pidiendo mayores compromisos, toda una vanguardista esa compañera, mirado a la luz de los tiempos; decisión a la que Juan Carlos se sumó sin titubeos.

No fueron fáciles aquellas convivencias, lo admito. Juan Carlos tenía su agenda propia, y nunca pescó mucho a nadie. Amigo de la noche ya desde entonces, se armó de un clan de amigos de la casona con quien salir a recorrer los tugurios montevideanos; la casona donde vivíamos más de cuarenta chilenos sospechosos de todo (ahí hay una historia para escribir algún día) y que se sostuvo por casi tres años. Participamos de diversos actos de solidaridad con Chile, uno de los cuales es la segunda foto que les acompaño, por ahí salimos ambos en medio de la gente. Más tarde llegó su hermano Pichón a acompañarlo, y creo que afectivamente le sirvió su compañía, dada su situación familiar tan disgregada.

Pronto nos encontró la división de la izquierda mirista, en que por supuesto quedamos en distintas veredas. Recuerdo que me tocó coordinar con él algunas cuestiones prácticas para que todo fuera civilizado. De allí ya lo vería en forma esporádica, ya no estaba tanto en Montevideo, y su compromiso militante creo que se profundizó aún más en esos años.

Cuando vuelvo a Viña en 1991, lo encuentro de nuevo y nos encargamos con Magdalena de acoger, en la medida de nuestras posibilidades, a Alejandra, su pareja uruguaya y mamá de su hijo, quien visita nuestra casa con cierta frecuencia, pero nunca con Juan Carlos. Esa carga venía mal estibada, y a poco andar Alejandra se retorna a sus tierras uruguayas con su hijo, sin haber podido adaptarse a Valparaíso.

Poco más lo veo, nos cruzamos en el aeropuerto un par de veces, cuando concurría a dejar a su hijo que había venido de vacaciones, hacia fines de los noventa. Supe de su pasada por la intendencia porteña, siempre apoyado por su noble amigo Knittel. Supe por amigos comunes de su lento y desgraciado proceso posterior que lo llevó a este pronto fin.

Lo lamento, sin ser amigos como ya dije, igual lamento el final de su historia. No éramos de la mismas filas, nunca lo fuimos; sus concepciones de la vida y de cómo enfrentar los acontecimientos nunca nos encontraron en la misma vereda; y no sería honesto de mi parte decir que se ha ido un compañero de las mismas vertientes; pero aún así saludo a sus hermanos con afecto, y les entrego mis excusas por no haberles podido acompañar en la despedida de sus restos.

Un abrazo a todos

Francisco Márquez (Yeti)

No hay comentarios: