miércoles, 14 de mayo de 2008

Galeria



Juan Carlos Dávila León arribó a este mundo en la soleada primavera de 1963. Sus primeros berrinches de prometedor rebelde los dio en Valparaíso. Dónde sino en el Puerto; en la más rebelde de las topografías y en la más pecaminosa de las sociabilidades. Así, entre cerros y quebradas, entre escaleras y plazas, nuestro aprendiz de carnavalero, dio sus primeros pasos: carromato lanzado al vacío, pichanga de pierna fuerte, escuelita con número y patota de pinganillas.

Fue en estos ámbitos donde integró, con particular intensidad, los ritos de la masculinidad; aquellos que aún hoy día exterioriza abiertamente, y que, en el pasado reciente, lo modelaron en éticas y estéticas agresivas.

Yo lo conocí a comienzos de la década de 1980, cuando «Sotito» —como lo llegamos a conocer los más cercanos—, intentaba infructuosamente escaparse, por última vez, del Liceo. Para ventura de sus profesores y desgracia de la Dictadura, alcanzó esa meta con honores en 1981. Nuevos escenarios, nuevos derroteros. Al fin a tiro de cañón para la Guerra; la de verdad; la Popular y Prolongada. Esa que a punta de barricadas, piedras y molotov —y uno que otro cuetazo y tunazo—, comenzamos a recorrer a partir del año 1983. Y, en esos avatares, el «Soto» destacaba entre los más osados. Siempre primera línea; nunca mucha discusión; «primero el combo y luego vemos». Y como todo no va ser puro sufrir, también esta «El Triunfo», «La Asturiana» y «El Brasil». Siempre radical. Hasta que se acaben las monedas solidarias o hasta que los revolucionarios no se sostengan en pie.

Así, interminablemente: de cerros a callejones, de campus a barricadas, de conspiraciones a acciones, de revueltas a reventones. Hasta la mañana del 10 de agosto del ’84. Como diría «Sotito»: «Todos a los vestuarios». Nos cayó la pálida y nos cayó con todo. El par de pendejos botados a revolucionarios, primero a la «máquina» y después al «chucho». La Escuela de la «Cana» nos dio de todo: grandes amistades, grandes enemistades; momentos de iracunda rebeldía, momentos de doloroso recuerdo; anécdotas imborrables y pasajes de cotidianeidad para el olvido. Y el «Soto», nuevamente ahí. Dirimiendo conflictos (estratégicos y cotidianos) a puñete limpio y acerando la conciencia para la Guerra de verdad; si, la misma de antes; la Popular y Prolongada.

Concluido el ciclo «formativo», cada uno a su «puesto de combate». El «Soto» a pelear las guerras del mundo. Todas. El único requisito: que sean Populares y Prolongadas; mientras más prolongadas, mejor. Y se le fue la vida en ello —no literal, pero muy cerca de ello—. Se le fue la juventud, se le fue la familia, se le fue la sobriedad y en ocasiones se le fue la cordura. No obstante las heridas —duras y profundas—, aún retiene algo que lo distingue y que le respeto: Ese puto coraje de huevón erguido, capaz de agarrarse a combos hasta con la muerte. Quien sino un porteño como el «Soto» —cuyo único defecto es ser wanderino—, podría, después de tanto golpe y costalazo, levantar nuevamente la cabeza, mirar a la bahía y decir con el aplomo de los irreductibles: «¡vamos a darle de nuevo!».

Igor Goicovic Donoso

Homenaje del Poeta Moro

COMPAÑEROS, CLARAMENTE, LO QUE NO MATO LA DICTADURA LO MATO LA DEMOCRACIA. LO DECIA NICANOR,.... ANTES ANDABAMOS DE TUMBO EN TUMBO, AHORA ANDAMOS DE TUMBA EN TUMBA.

AQUÍ SE QUEDA PARTE DE MI HERMANO, DE MI AMIGO, DE MI COMPAÑERO, DE MI SOCIO, DE MI COLEGA, EN REALIDAD UNA PARTE MINIMA, PORQUE LO QUE FUE MI COMPADRE, NO CABE EN ESTOS MADEROS MISERABLES.

SE PUEDE ABRAZAR TANTO LA VIDA COMO LA MUERTE, PARECE QUE SI, AL MENOS JUAN CARLOS DAVILA LEON, LE HIZO EMPEÑO.

UNA BALA Y UNA SONRISA NO SON LO MISMO, PERO HAY MOMENTOS EN QUE SE PARECEN.

NO SE DEBE CONFUNDIR VIVIR CON BEBER, PERO ESTAN TAN CERCA QUE UNO VA Y VIENE, ANDAMOS DE AQUÍ PARA ALLA, MANTENER UNA SOLA LINEA NO ES FACIL.

UN ABRAZO MENOS, UNA SONRISA MENOS, ESO ES LO INCONMESURBLE QUE NOS DEJA, ESE ES EL VACIO, EL HOYO NEGRO QUE QUEDA EN LA MESA DEL HOTEL NUBE.

DUELE Y COMO NO VA A DOLER ESTE BOFETÓN A NUESTRA VERSIÓN DE LA MISERIA DEL HOMBRE.

QUE SE AMA CUANDO SE AMA, QUE RESPONDAN LAS VIUDAS DESTE SORBA, LO QUE DIGO ES QUE SIEMPRE SOTO ESTUVO LISTO PARA FOTO.

DECIAMOS; SOMOS LOS QUE SOMOS LOS DEMAS SON PALOMOS Y ERA BELLA LA TARDE, ESA LUZ DE PRIMAVERA QUE NOS ENVOLVIA EN LA TERRAZA, AL BORDE DEL MAR, EN ESTE MARX QUE TRANQUILO NOS BAÑA.

ALGO DE ROQUE DALTON DE CORTAZAR DE GOYTISOLO DE SABINA, ALGO DEL NEGRO FARIAS DE LA PIAF, ALGO DE TODO, ALGO DE NADA Y EN ESO SE NOS FUE LA VIDA.

Y AQUÍ ESTAMOS AL BORDE DE TU TUMBA QUE ES COMO UN SIGNO DE INTERROGACIÓN.

COMPAÑERO, MAS TEMPRANO QUE TARDE VOLVEREMOS A ALZAR NUESTRAS COPAS, PORQUE AUNQUE UD. NO LO CREA VENCEREMOS

Poeta Moro

Crónica privada para Juan Carlos Dávila

Sólo quería compartir con ustedes algo de nuestra pequeña historia penquista y mirista.

El miércoles 30 de abril por la mañana, me llamó mi amigo Jano Gigante -heredado de mi relación de pareja con Patricio Rivas-. Este querido y bondadoso hombre de 1,85 mts. de altura, contextura robusta y desplazamientos ágiles y tiernos, me informaba que venía al puerto porque Juan Carlos Dávila se estaba muriendo de cirrosis. Nunca, en los 15 años en que somos amigos, habíamos puesto en lugar común, nuestra amistad con Juan Carlos. Para que vean que los miristas no somos pegados con el pasado.

Para Jano Gigante, Juan Carlos era un compañero de la resistencia muy especial y querido. Lo conoció a mediados de los 80s, luego que éste iniciara su vida clandestina. A partir de esos años, estuvo involucrado en muchas situaciones de riesgo vital y se salvó de cada una de ellas como un gato. Ahora, estaba convertido en uno de esos felinos callejeros, que caminan y se mueven lento, que tienen más de un hueso fuera de lugar, marcas de cicatrices visibles, una mirada que ve más allá de lo que permite la vista normal, y rabietas y frustraciones en el hígado.

El año 1982, cuando entré a la Universidad de Concepción a estudiar Leyes, Juan Carlos, como decía él, "estaba matriculado" en la Escuela de Filosofía. Siempre se arriesgó más de lo necesario, nunca pasó inadvertido, en momentos en que todos éramos muy cautos y sólo nos movíamos en grupo, él era más que visible. Medía 1,90, tenía melena castaña hasta los hombros y unas pestañas que cualquier mina se hubiese querido. Imposible pasar inadvertido, pero no sólo por su porte, sino por su decisión y actitud corporal. Fue mi primer y efímero pololo en mi vida de estudiante. Lo habían apodado Tati porque "se parecía" a un travesti homónimo que cantaba -o hacía que cantaba-, en un local que quedaba cruzando el puente viejo a San Pedro.

Fue el primer expulsado de la Universidad de Concepción en la década del 80. Luego de esto, en 1983, comencé a tener noticias suyas que eran misteriosas, incompletas y a veces increíbles, pero sabiendo de su carácter, podía imaginar su veracidad; que estuvo 20 días en la CNI, que se negó a comer en la cárcel porque la comida era muy mala y dio la orden a todo su grupo de abstenerse de hacerlo, que se escapó por unos techos en el puerto, que anda en España con el equipo del Gato y la ETA, en fin, varios otros cercanos a los mitos y leyendas. El día de año nuevo de 1996, en una fiesta en casa del Tabo y con varios amigos retornados del exilio, alguien me habló. Era un adulto-joven que estaba sentado. Tenía el pelo corto, vestía saco y creo que también corbata. "Yo te conozco, soy Juan Carlos Dávila". Le repliqué inmediatamente; "imposible, tu no eres el Tati, él es guapo, muy alto y delgado y tú, tu eres un señor". Pobre, se sonrió con ternura, pero como yo lo decía en serio, presumo que debo haber herido su ego, al menos por un rato. Luego, nos fuimos con Jano Gigante y el Tati a bailar a otra fiesta y yo, cual Cenicienta y sin aviso, desaparecí y no lo volví a ver nunca más hasta este miércoles recién pasado en el Sanatorio de Valparaíso.

Me fui a despedir de él. En la pieza de enfermos sólo había viejitos y este hombrón resaltaba no sólo porque el catre le quedaba chico, sino también porque su mirada de niño incomprendido y rabioso y su clara resistencia a la muerte eran más que visibles. Lo que sobresalía bajo las tapas, era una enorme barriga del alimento que ahora era veneno en su cuerpo. Estaba con él la secretaria histórica de los Intendente/as de Valparaíso. Una señora formal, que lo retaba con mucha -demasiada-, ternura. No pregunté mucho, pero claramente lo había adoptado como hijo hace ya mucho tiempo o tal vez era un amor no declarado. Llegué corriendo y saltándome todas las normas del hospital. Era la única manera. Nos vimos y le dije: "Hola, soy la Paulina Soto, de la U. de Concepción". Y me sonreí interiormente pensando que me diría, "mentira, no puedes ser la Paulina Soto, ella era joven y sin arrugas". No dijo nada de eso, se alegró mucho y comenzó una seguidilla de bromas respecto de cualquier tema que conversáramos. Ya hablaba con mucha dificultad, pero eso no le evitó, llamar con voz potente al enfermero jefe de sala, para reclamarle que sus visitas venías de lejos y que nos dejara permanecer con él hasta más tarde. El enfermero le respondió juguetón y condescendiente: "Calma Juan Carlos Dávila, está todo conversado con las damas". Luego, vino la pataleta con la sopa de arroz, "No me tomo ni cagando esta cosa asquerosa, me quiero comer un asado y tomar un copete. No comí saliendo de la tortura ni en la cárcel, menos me voy a comer esta cosa insípida acá". En fin, seguía siendo el mismo guerrero suicida. También me quedó claro que si algo nos salvó de la maldad, fue el sentido del humor.

Cuando ya llegaba la hora de irme, levantó las tapas de un tirón, giró dificultosamente sobre su trasero y con un dolor inconmesurable en el rostro, pero que no expresó en sonido alguno, se sentó en la cama. Le puse las babuchas y le dije que yo era como los coligües, delgada pero resistente, entonces que se afirmara con confianza. Cuando logró poner un pie en el suelo estaba exhausto, luego vino el segundo y no pasó un micro segundo en que estaba parado frente a mí y mi impresionó que era realmente más gigante que Jano Gigante. Me dije, "éste hombre no quiere morirse ni por casualidad". Un viejito se acercó raudo a correrle unos obstáculos y yo le ofrecí acompañarlo por el pasillo al baño. Me miró muy orgulloso y me dijo "yo todavía soy muy vanidoso y preferiría que no me vieras quejándome". Vale, nos dimos un tremendo abrazo con inmenso cariño. Ahí había más ternura y delicadeza de la que muchas personas de esas características físicas pueden exhibir y por supuesto, escondida detrás de su característica amalgama de palabras ácidas y rabiosas. Demoramos la retirada y estuvo parado y afirmado en la mesita de cama, contándome de su libro, que no era la gran maravilla, pero que le había servido para vaciar algo de su vida en sus varios intentos de terapia. Que quería que yo lo tuviera. Así de pie, como 30 centrímetros por sobre mi cabeza, estaba la cabeza de Juan Carlos –que ya había dejado de ser el Tati, melenudo y acelerado- y sus ojos, ahora amarillos por la ictericia, me indicaba que estaba completamente contaminado. Me verbalizó su emoción y agradecimiento y me fui con unas ganas locas de gritarle consignas de ánimo por las ventanas del hospital.

Quedé de llamarlo temprano por la mañana, porque me internaría todo el fin de semana en el Valle del Elqui donde no tenía señal telefónica. Efectivamente lo llamé a las 7 de la mañana del jueves y ya estaba con mucho dolor. Le dije que debía dejar de resistirse y entregarse al descanso, que ya había resistido toda su vida y que ahora tocaba soltar. Me dijo que ya, pero llorando. Le prometí que lo llamaría volviendo a la civilización, pero con la certeza que ya no estaría para contestar. Nos despedimos y cortamos. Llamé el domingo en cuanto recuperé señal y allí estaba Jano Gigante que me informaba que había entrado en coma poco antes y que lo acompañaría hasta el final. “Dile al oído que lo llamé y que le mando un abrazo de despedida”. El lunes, a las 8:53 un mensaje de texto en mi celular decía: “Querida mía…ya Juanca desplegó sus hermosas alas y voló lejos”.

A mediados de los 80s, él y su novia de la época, fueron detenidos, torturados y ambos violados. Eran jóvenes y guapos. Ninguno de los dos se recuperó de eso. Se perfectamente que los daños que portamos de nuestras propias vidas antes de la dictadura, influyeron tanto como estas marcas en nuestra personalidad de adultos, pero lo que es evidente es que a algunos les rayaron el cuerpo con demasiada crueldad, es algo que no podemos olvidar. Juan Carlos me contó que había hecho una crisis psiquiátirica años antes y que se lo había tomado todo, desatando este lento y resistido suicidio.

Bien, les mando un igualmente apretado abrazo y los quiero mucho. Cuídense mucho.

Paulina Soto Labbé

Relato de un compañero y amigo de Juan Carlos Dávila León

Juan Carlos Dávila León (JC), se inició en las luchas populares a los 14 años, cuando militó en las Juventudes Socialistas de Valparaíso -siguiendo los pasos de su madre- histórica militante del PS que falleciera en esas mismas fechas. El año 78-79 fue un año duro en el que era todo reconstruir y conectar los militantes dispersos ...reclutar y trabajar unitariamente para generar nuevas bases en medio de una represión criminal...los primeros pasos fueron conformar un comité de resistencia que fuimos creando poco a poco y en el que llegaron a estar unos once compas -entre ellos el recordado Suki- y que fue la base de la primera organización de enseñanza media democrática -FEDEM- que surgió públicamente el año 80. en esa época JC se destaco en las acciones de propaganda que realizamos en los principales liceos y calles de Valparaíso.....panfleteos, rayados, expropiaciones de mimeógrafos, etc fue interesante esta experiencia unitaria, nos reíamos mucho recordando años mas tarde que la firma de los rayados o panfletos eran mas largas que las consignas pues se firmaba con todas las siglas de las organizaciones a las que pertenecíamos cada uno y estas eran casi todas...JJCC – JS – MAPU – MIR - IC etc. posteriormente JC ingresa al MIR donde realiza sus aportes mas importantes en la lucha antidictatorial y revolucionaria...primero en la generación de bases en las Universidades del puerto y el impulso de la UNED y CODEPU.

La represión le seguía los pasos y cae preso, su compromiso lo realiza entonces desde la cárcel, donde participo activamente en las luchas del frente carcelario con tomas y huelgas de hambre, en este lugar tuvo uno de los grandes dolores de esta vida, que fue encontrar a un compañero comunista -el Chagui- (1) apuñalado en los baños de la cárcel y falleciendo este en sus brazos.

Después de varios años en la cárcel sale hacia Uruguay,(2) donde se integra en los equipos de solidaridad con la lucha en Chile y comienza una larga y fraternal relación con los Tupas Uruguayos y compas de Argentina, destacando en labores de difusión de la lucha, y en la creación de redes clandestinas de apoyo directo al frente interno.

Luego de una estadía en Cuba, realiza tareas en Perú y otros países latinoamericanos donde realiza labores en la primera línea con acciones militares que en mas de una ocasión casi le cuestan la vida....No le fueron indiferentes las luchas en otros lugares del mundo, como la que libra el pueblo Vasco..

Al volver a Chile encuentra a un país diferente al que soñó, le corresponde una difícil reinserción ...............seria largo señalar toda su trayectoria, pero creo que con estos recuerdos de lo que compartimos podrán quizá entender que su aporte fue destacado ,valiente y positivo.

Nosotros sus camaradas y amigos no lo olvidaremos.

Ramiro

Ayer falleció, en Valparaíso, Juan Carlos Dávila, con poco más de 40 años

Lo conocí por 1979. Éramos parte de los pocos miembros de la juventud socialista porteña de aquellos años y luego fuimos compañeros en el MIR.

Él vivía en una casona antigua, con su frontis pintado de un color rosa, ubicada en el más tradicional de los cerros de Valparaíso, Cerro Alegre. Éramos un grupo de jóvenes de origen popular, formado por liceanos y universitarios que hacíamos lo que podíamos para enfrentar a la dictadura que por aquellos años se encontraba rebosante de buena salud. La casa de Juan Carlos era local de reuniones, servía de imprenta artesanal o para recibir a dirigentes y también para armar fiestas propias de nuestra edad. Nos íbamos entrada la noche y a veces simplemente no nos marchábamos. Allí se organizaron muchas acciones pacíficas contra la dictadura, de las cuales poco hoy se recuerda.

Juan Carlos fue un héroe de nuestra época y a nuestra manera, yo se que quizás entender esto para quienes vivieron, y sufrieron, las condiciones personales de su última etapa de vida sea difícil. A su corta edad vivió la tortura y la prisión política en dos oportunidades y nunca abandono la primera línea en la lucha por la democracia, en un tiempo en el cual muchos de los que hoy ocupan cargos y forman la elite politica de este país, simplemente no existían, por lo menos para efecto de la historia política. Esta entrega y decisiónn de su juventud le hace dueño de una cuota de dignidad, que no muchos pueden mostrar por estos tiempos en un país con una forma de hacer política tan y oportunista como la actual.

Yo se que para la mayoría de los miembros de esta red los compañeros que se integraron a la lucha política en plena dictadura, después del Golpe, son poco reconocibles. Sin embargo, no está de más un pequeño homenaje. La vida de Juan Carlos no terminó bien, eso lo sabemos todos, pero una mínima lealtad con nuestras historias nos pide recordarlo.

Álvaro Vivanco

Brindo mi homenaje y reconocimiento por su testimonio de vida en un tiempo duro y lejano de mucha lucha y amor

Estimad@s Compañer@s:

En esta oportunidad escribo para secundar a Alvaro Vivanco, a quién conocí por allá por el año 1982 en Valparaíso junto a Juan Carlos Dávila y otros dirigentes y militantes de la UNED y el MIR con quienes, de cuando en vez nos reuníamos en citas de carácter nacional con el fin de analizar la situación politica nacional y universitaria y tomar acuerdos para nuestros derroteros de lucha.

Secundo a Alvaro Vivanco en el sentido, de que cualquiera de esos luchadores sociales, que estuvieron en la primera línea de lucha contra la dictadura, más allá de las opciones o no opciones de vida que haya tomado, se merecen no sólo un pequeño homenaje, sino un reconocimiento a su aporte para el fin de la Dictadura, en un tiempo en que la política se hacía poniendo el cuerpo en la idea y en que la teoría se ahogaba en la acción diaria y cotidiana, de lucha en todas sus formas, pequeñas o grandes que significaban mucha constancia y compromiso, bastante escaso por estos días en la vocación política.

Lamento y me impacta profundamente la partida de Juan Carlos Dávila, en sus condiciones actuales, siento muchisimo que su realidad humana le haya llevado a las circunstancias, en que le muerte le arrebate su vida.

Incluída las circunstancias que rodean su muerte, a Juan Carlos Dávila y a otr@s que se han ido y que forman parte de los heroes de la G80 les brindo nuestro homenaje y reconocimiento por su testimonio de vida en un tiempo duro y lejano de mucha lucha y amor.

Juan Luis Marré

Un aporte a la memoria de Juan Carlos

Me cuentan que Juan Carlos ha muerto. Y así reaparece de pronto en mis pensamientos una persona, la cual ya no contaba en mi agenda cotidiana desde hace muchos años.

Nunca fuimos amigos, es verdad; es más, confrontamos la mayor parte de las veces, pero nos unieron historias y tiempos, tanto en Valparaíso y luego en Montevideo, que hacen que sea un personaje en la agenda personal, y uno que además no pasaba inadvertido. Contarles algunas facetas de la historia de Juan Carlos, que a lo mejor ustedes ignoran, es el propósito de estas líneas, a modo de aporte al rescate de su memoria para quienes le apreciaron y quisieron entrañablemente.

Juan Carlos venía fogueado en la lucha antidictatorial desde la enseñanza media, así entonces, a pesar de ser más joven que algunos de nosotros, era ya un viejo guerrero a inicios de los ochenta. Recuerdo cuando íbamos las primeras veces a la Católica y Juan Carlos y el ya entonces Guatón Nelson nos intentaban promover unos curiosos cursos "para enfrentarse a los pacos", cursos que por supuesto nunca pescamos. Y nosotros, que andábamos con el acento puesto en ganarse los centros de alumnos, y ganar desde allí legitimidad gremial y también política; éramos mirados con sospecha ya entonces por los UNED de la Cato; que francamente pensaban que éramos un poco amarillentos, pero eso ya que importa, a estas alturas es sólo anécdota. No tengo dudas que esa era también la opinión de Juan Carlos, siempre más amigo del camino directo que nosotros.

Recuerdo también cuando cae preso, y nuestras abogadas amigas nos advierten que en el informe de la CNI respecto a Juan Carlos, aparecía mencionado entre otras cosas, que se reunía con cierta frecuencia con un tal Yeti y un tal "Patricio Lucas"; lo que nos obligó a ciertas medidas precautorias y nos enseñó la ventaja de contar con apodos en aquellos tiempos. A Juan Carlos lo sorprendió en la cárcel el terremoto del 85, y en alguna visita nos relató como todos los presos pateaban las rejas para intentar salir de esos pesados muros de la vieja cárcel; mientras los gendarmes corrían a buscar su propia salvada. En aquel mismo tiempo, mientras Juan Carlos estaba como prisionero político, su hermano Oscar sufría una larga relegación en la precordillera del desierto, que luego desembocó en el pueblo de Baquedano; allí donde llegué a verlo en junio del 85, con un poco de mercadería y otros pocos pesos que la solidaridad porteña le enviaba. Luego, de allí me fui a Sierra Gorda a ver a otro compañero, para finalizar en el oasis de Quillagua, donde estaba el doctor Lizama acompañado de Marina, nuestra cantante oficial y futura madre de sus hijos. Tenía en ese invierno todo el tiempo del mundo, pues ya había vuelto de mi propia relegación y ya habíamos sido expulsados de la Santa María.

Un par de meses después, septiembre de 1985, estaba saliendo hacia Argentina, como parte de un grupo que iba a Buenos Aires a terminar sus carreras. Allí hay muchas historias sabrosas, pero no viene a cuento en esta reseña. Lo que sí importa señalar es que a fines del primer semestre de 1986 estábamos ¬algunos de los bonaerenses- instalados en Montevideo. Un par de meses después se aparece Hardy Knittel por allá para contarnos que Juan Carlos estaba ya fuera y era necesario sacarlo de Valparaíso, pues temían razonablemente por su seguridad. Así entonces, y con nuestra venia se aparece Juan Carlos por Montevideo, la foto que les acompaño es de esos primeros días, en la Plaza de la Libertad, ahí está Juan Carlos con el Leoncio, el Horenstein, el San Martin y yo.

Juan Carlos no tenía problemas para lograr sus conquistas, en Montevideo tampoco las tuvo, recuerdo bien en aquellos primeros tiempos que andábamos todos tratando ¬en hueveo y en serio- que las uruguayas "se bajaran la bombachita"; recuerdo con mucho cariño a una querida compañera comunista uruguaya, que lo encontró lo suficientemente atractivo como para "servírselo" ¬según ella- sin andar pidiendo mayores compromisos, toda una vanguardista esa compañera, mirado a la luz de los tiempos; decisión a la que Juan Carlos se sumó sin titubeos.

No fueron fáciles aquellas convivencias, lo admito. Juan Carlos tenía su agenda propia, y nunca pescó mucho a nadie. Amigo de la noche ya desde entonces, se armó de un clan de amigos de la casona con quien salir a recorrer los tugurios montevideanos; la casona donde vivíamos más de cuarenta chilenos sospechosos de todo (ahí hay una historia para escribir algún día) y que se sostuvo por casi tres años. Participamos de diversos actos de solidaridad con Chile, uno de los cuales es la segunda foto que les acompaño, por ahí salimos ambos en medio de la gente. Más tarde llegó su hermano Pichón a acompañarlo, y creo que afectivamente le sirvió su compañía, dada su situación familiar tan disgregada.

Pronto nos encontró la división de la izquierda mirista, en que por supuesto quedamos en distintas veredas. Recuerdo que me tocó coordinar con él algunas cuestiones prácticas para que todo fuera civilizado. De allí ya lo vería en forma esporádica, ya no estaba tanto en Montevideo, y su compromiso militante creo que se profundizó aún más en esos años.

Cuando vuelvo a Viña en 1991, lo encuentro de nuevo y nos encargamos con Magdalena de acoger, en la medida de nuestras posibilidades, a Alejandra, su pareja uruguaya y mamá de su hijo, quien visita nuestra casa con cierta frecuencia, pero nunca con Juan Carlos. Esa carga venía mal estibada, y a poco andar Alejandra se retorna a sus tierras uruguayas con su hijo, sin haber podido adaptarse a Valparaíso.

Poco más lo veo, nos cruzamos en el aeropuerto un par de veces, cuando concurría a dejar a su hijo que había venido de vacaciones, hacia fines de los noventa. Supe de su pasada por la intendencia porteña, siempre apoyado por su noble amigo Knittel. Supe por amigos comunes de su lento y desgraciado proceso posterior que lo llevó a este pronto fin.

Lo lamento, sin ser amigos como ya dije, igual lamento el final de su historia. No éramos de la mismas filas, nunca lo fuimos; sus concepciones de la vida y de cómo enfrentar los acontecimientos nunca nos encontraron en la misma vereda; y no sería honesto de mi parte decir que se ha ido un compañero de las mismas vertientes; pero aún así saludo a sus hermanos con afecto, y les entrego mis excusas por no haberles podido acompañar en la despedida de sus restos.

Un abrazo a todos

Francisco Márquez (Yeti)

Tati: hasta la victoria siempre

Hace unos días recibí un correo en donde un compañero me contaba que había muerto "un tal Dávila", me decía que había sido de la Uned y militante del Mir, que era de Valparaíso. Con todas esas pistas no logré acertar quién era. Jamás me imaginé que era el Tati, nuestro Tati, el de Conce, el de la copa de vino en la casa del callejón Puchacay, en ese segundo piso en donde la pobreza se disimulaba con conversaciones llenas de esperanzas, de poesía, de canciones y de acuerdos para enfrentar ese crudo presente. Ese segundo piso que albergó a tantos y tantas que quisieran salirle al camino a la injusticia, al terror y a la desesperanza que poblaba nuestro territorio, en donde, sin temor a resultar ampuloso, nos dimos cita un puñado de muchachos con mucho miedo que hoy día podemos jactarnos de haber "combatido" contra la dictadura. Allí estuvo el Tati -bautizado así por el siempre ingenioso y discurrido Jorge Ambiado- sentado en un rincón, opinando, comprometiéndose, discutiendo, sumándose, en fin... viviendo su vida con nuestras vidas.

He leído el hermoso correo de Paulina y el Tati me ha vuelto a regalar la hermosura de Paulina, de esa niña que recién se sacaba su jumper liceano y se calzaba sus bototos y sus jeanes de muchacha rebelde.

Paulina lo describe bien, el Tati siempre fue así: impredesible, rebelde, digno, luchador, humano, porfiado, decidido, borracho, irreverente, inteligente, amoroso, querible. Ese fue el Tati que yo conocí, al que siempre he recordado, el que yo me he regalado para pasar por esta vida sintiendo que nuestras vidas han sido un problema y una dificultad para aquellos que creen que pueden establecer sus dominios de la injusticia y la barbarie sin contrapeso. El Tati fue parte de ese ejército de románticos que, muchas veces, a falta de balas, disparó un verso o regaló una flor.

Tati querido, te mando el abrazo que no te pude dar. Te mando el beso que me faltó en tu mejilla joven y rebelde.

Hoy, cuando ya estoy irremediablemente viejo, el recuerdo de tu juventud irrenunciablemente rebelde me trae la nostalgia de haber caminado por el camino correcto.

Aunque suene un poquito ortodoxo: Tati, hasta la victoria, siempre.

Jorge Romero

domingo, 11 de mayo de 2008

Juan Carlos Dávila: anclado en nuestra historia y vidas

Sólo el olvido es muerte. La vida de Juan Carlos, es un espejo en el cual todos nos podemos ver.

Mi ausencia me duele por no haber podido entregarle mi cariño y el reconocimiento como revolucionario. Siento que he perdido la posibilidad de compartir su humanidad, sensibilidad, sus tristezas y risas, nostalgias, y también, el desamor por esta vida, circunscrita a los dogmas despiadados de la injusticia y la bárbara deshumanidad.

Cómo incomprender la profundidad de su existencia. Tenemos raíces comunes. Nos identificamos, nos olemos, nos reconocemos. Juan Carlos hizo sus ideas y deseos libertarios y de justicia, su opción de vida. Sin condicionamientos él estaba con los débiles, marginales, prisioneros y pobres. Compartió con ellos como derrotero gallardo, valiente, lleno de ideas, creatividad e impaciencias. También, en la miseria de despeñaderos y calles, en el desaliento y, en su eterna rebeldía de todas formas y a cualquier monto.

Todas sus dimensiones lo hicieron digno y humano. Vivía sus contradicciones a fondo y en esos abismos descarnados, quería olvidarse y fundir el padecer de ser. Sé que existir duele. Quema el hígado, la garganta y ojos. Abofetea cada centímetro de vida con sus vahos de alcohol, nicotina y los tintes añejos del tiempo.

Es posible que al no ser y no estar, haya encontrado algo de su búsqueda permanente y, la tranquilidad del fin.

Águeda Sáez Fick

(Lo siento compañero, tu ausencia me lagrimea por la nariz)

HAY GOLPES EN LA VIDA, TAN FUERTES QUE...YO NO SÉ...!!

C. Vallejos

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!